La salud mental ha estado determinada a lo largo de la historia por el modelo bio-médico basado en un sistema de clasificación DSM donde el número de categorías diagnósticas de desórdenes mentales se ha triplicado desde el nacimiento en el año 1952 (DSM-I) hasta la actualidad (DSM-V).
Este modelo ha llevado a que el paciente se defina como un necesitado de ayuda que se centra más en el remedio y en lo que va mal, que está dañado y no son competentes en su proceso convirtiéndose en sujetos pasivo en vez de considerar a la persona como un agente activo que tiene que basarse en su crecimiento y aprendizaje, eligiendo ser competente y participando activamente en su proceso de mejora.
En la actualidad, la salud mental tiene que alejarse de la mentalidad del DSM porque no existen pacientes con enfermedades sino personas con problemas donde la sintomatología hay que contemplarla cómo mecanismos que la persona ha tenido que desarrollar para sobrevivir ante eventos y circunstancias que le han tocado vivir mirando el desarrollo emocional teniendo en cuenta más el “qué me ha pasado” que el “qué me pasa”.
La salud mental personalizada basada en la identificación de bio- y neuromarcadores dan una mayor objetividad y menos sesgo cultural único para la persona. Un mismo diagnóstico DSM ( TOC, TEPT, TAG, etc) puede tener diferentes neuromarcadores y por tanto no deben de ser tratados igual, debemos de tener una visión clínica ya que estamos ante una persona que ha vivido una vida única.
El DSM es cómodo, rápido, da poder al clínico porque permite empaquetar al paciente en una categoría diagnóstica y así tratarlo pero no nos dice absolutamente nada de la persona ni de su historia. Las personas pueden deprimirse por muchas razones pero si la tratamos a todas iguales sin acceder a su historia tendremos pocas posibilidades de ayudarles.
“Una gran cantidad de aprendizaje tiene lugar antes de que tengamos los sistemas corticales necesarios para la memoria explícita, la resolución de problemas o la perspectiva. En consecuencia, muchas de nuestras experiencias de aprendizaje socioemocional más importantes están organizadas y controladas por reflejos, comportamientos y emociones fuera de nuestra conciencia y distorsionadas por nuestros cerebros inmaduros.”
Cozolino, 2010.