Atrapados por el espejo.
La aparición del rechazo a mantener el peso corporal por encima de un valor mínimo normal considerando la edad y la talla, el miedo intenso a ganar peso, alteración en la percepción de la silueta corporal, episodios repetitivos de ingesta voraz, conductas inapropiadas para prevenir el aumento de peso (vómitos provocados, ayuno, ejercicio excesivo, uso de laxantes y/o diuréticos…) nos introduce en el ámbito de los trastornos de la conducta alimentaria. La alteración de la alimentación puede llevar a estados carenciales con consecuencias, en muchos casos, irreversibles para la salud de la persona.
Cuando se produce una alteración de este tipo, el organismo identifica una situación de alerta y ante ella, desarrolla una respuesta que mantenida en el tiempo conduce a un cuadro de incuestionable gravedad manifestándose en síntomas como: pérdida progresiva y excesiva de peso corporal, oscilaciones importantes de peso, ayunos prolongados, evitar comer en grupo, visita inmediata al baño tras finalizar una comida, pasar demasiado tiempo realizando actividad física, cambios repentinos de humor, aislamiento, toma de fármacos (adelgazantes) sin control médico, negación de su deterioro físico…
Es frecuente que la persona que padece un trastorno de este tipo oculte información a su entorno (restos o envases de comidas ingeridas, pruebas de haberse provocado el vómito), niegue lo que está ocurriendo, se esconda para llevar a cabo sus rituales alimentarios, llevando a su entorno familiar y social a percibirla más distante, fría y solitaria.
Mi cuerpo, mi enemigo.
El primer obstáculo que vamos a encontrarnos es la negativa por parte de la persona que padece el trastorno a asistir a consulta ya que esta no identifica ningún problema por el que tenga que pedir ayuda, por lo tanto, el psicólogo trabajará para ganarse la confianza del cliente.
Un diagnóstico preciso es la base para un buen tratamiento, por ello en la primera sesión se establecerá una evaluación que nos conducirá a él. Tendremos que garantizar en todo momento la salud física del paciente. La comunicación y la colaboración de su entorno más próximo (padres, hermanos, parejas, hijos) es fundamental y para ello emprenderemos líneas de actuación que nos conduzcan a unos objetivos comunes para obtener resultados óptimos.
El tratamiento se estructurará en sesiones que dependiendo de la gravedad del cuadro se programarán con la frecuencia más adecuada.